Julia Evelyn Martínez (*) SAN SALVADOR –
Parece que la indignación frente a la injusticia y a la crueldad en contra de las mujeres ha llegado por fin a la agenda de los medios de comunicación salvadoreños. Nada menos que el ultraconservador periódico El Diario de Hoy, dedica su editorial del 16.10.2012 (“La heroína de Pakistán, que lucha por la liberación) a manifestar su conmoción por el atentado sufrido por Malala Yousufzai, una activista social, que se ha destacado por su lucha a favor de la igualdad de las mujeres de Pakistán, y en particular, por el derecho de las niñas de su país a recibir una educación, ir a escuelas y a las universidades. En palabras del editorialista de este periódico, la lucha de Malala Yousufzai se puede sintetizar en la lucha por defender el derecho de las mujeres “a definir su propia vida”.
Al referirse a los talibanes – protagonistas del atentado contra Malala Yousufzai- , el editorial denuncia que éstos “obligan a sus mujeres a estar encerradas, preñadas e ignorantes, sin siquiera tener acceso a mínimos cuidados de salud”. Luego de lo cual manifiesta su admiración por la valentía de esta mujer al “sobreponerse a lo que debe ser una permanente indoctrinación sobre las mujeres en las sociedades que bordean los fundamentalismos”.
Impresionante reflexión editorial de un periódico que cobija entre sus más preciados columnistas y editorialistas, a reconocidos fanáticos religiosos y puritanos sexuales, que se oponen desde la plataforma mediática de ese periódico, al avance de los derechos de las mujeres salvadoreñas, y que, al igual que los talibanes paquistaníes, usan todas sus influencias para condenar a las mujeres salvadoreñas a vivir una maternidad forzada y sin acceso a servicios de salud sexual y reproductiva.
Asumiendo, que las intenciones del editorialista del Diario de Hoy están fundamentadas en sus convicciones más intimas sobre la libertad y el derecho a elegir de todas las personas, a continuación me permito presentar un caso que bien podría ser considerado para un próximo editorial en ese periódico o de otro similar.
El 12 de marzo recién pasado, una joven de 27 años, a la que llamaremos Mery, llegó al Hospital Primero de Mayo de San Salvador con complicaciones de salud tras inducirse ella misma un aborto de un embarazo de ocho semanas. Mery fue denunciada por el personal de salud ante la Policía Nacional Civil, quién llegó al día siguiente al hospital para esposarla a su camilla mientras seguía recibiendo cuidado médico de emergencia. Mery, cuya salud mental venía resquebrajándose desde hace tiempo atrás, tuvo un colapso nervioso y tuvo que ser trasladada al servicio de intervención en crisis del Hospital Policlínico Arce de la ciudad de San Salvador, donde fue diagnosticada con Trastorno Adaptativo y Trastorno Limítrofe de la Personalidad.
Pese a su delicado estado de salud emocional y a que su abogado defensor solicitó un procedimiento abreviado, el 28 de agosto de 2012, Mery fue condenada por el Tribunal Segundo de Sentencia de San Salvador a cumplir 2 años de prisión por el delito de aborto, sin derecho a medidas sustitutivas, como el arresto domiciliar. Una vez en la cárcel, el estado de salud mental de Mery empeoró y la condujo a un intento de suicidio, cortándose las muñecas con un clavo oxidado que encontró en el suelo del penal de mujeres de Ilopango.
Actualmente Mery se encuentra internada en un hospital psiquiátrico, y es custodiada permanentemente por hombres y mujeres armados de la Dirección General de Centros Penal de El Salvador, quienes la maltratan y acosan constantemente, y la mantienen bajo la amenaza de que “en un momento u otro la van a volver a llevar a la cárcel”. En efecto, pese a su estado de salud mental, Mery se encuentra en riesgo de volver a la Cárcel de Mujeres, con el potencial de daño que ello tiene para su integridad personal y su vida misma.
Talvez Mery no sea una heroína salvadoreña, pero si es una joven mujer que sufre por la intolerancia y la falta de misericordia de un Estado que restringe la autonomía personal de las mujeres y que actúa con crueldad frente al sufrimiento de las que se atreven a sobreponerse a los fundamentalismos religiosos y morales y deciden hacer uso de su derecho a elegir sobre su propia vida y sobre su propio cuerpo. ¿Habría un poco de piedad para ella al menos para que pueda purgar su “pecado” en su casa con el cuidado adecuado?. ¿O es que lo que se condena en los talibanes paquistaníes se tolera en los talibanes salvadoreños?.
(*) Columnista de ContraPunto