ERICK RIVERA ORELLANA
Hay que hacer algunas consideraciones sobre un tema que concentra la atención pública: el de la posibilidad de un cambio en la legislación salvadoreña, que criminaliza cualquier tipo de aborto, incluidas las violaciones a niñas, los problemas congénitos de los no nacidos, los riesgos latentes contra la vida de la mujer, etc. Un tema crítico. Fundamental. Un tema de derechos humanos.
En primer lugar, la urgencia. Las organizaciones sociales han asumido, con razón, que el crepúsculo de esta Asamblea Legislativa del período 2015-2018 es una oportunidad que parece agotarse. Esto porque el reciente descalabro electoral de la izquierda hará que la derecha política obtenga el poder suficiente para imponer su visión de mundo en las políticas públicas; y si se toma en cuenta el pasado, esto indudablemente significa penumbra para las visiones más progresistas, dentro de las que caben las luchas por los derechos de la mujer. Por ello, al percatarse de esta oscuridad previsible del futuro cercano, los esfuerzos por concientizar a la sociedad, a los generadores de opinión, a los políticos, se han duplicado, poniendo el tema otra vez en la agenda nacional.
Es encomiable, desde ahí, el esfuerzo de las asociaciones que luchan por la despenalización del aborto y por los derechos de la mujer, muy a pesar de los yerros que el camino pueda sugerir en cuanto al manejo político, comunicacional y de lucha de calle. Lo importante ha sido la valentía por decir lo incómodo para el sistema, para el status quo político, económico y religioso.
En segundo lugar, vale la pregunta: ¿realmente la sociedad salvadoreña ha cambiado en cuanto a su percepción y actitud del tema? Si los medidores fueran las redes sociales, los medios digitales y la multidimensionalidad de las nuevas plataformas de difusión, parecería que la respuesta es clara: hay un cambio, sí, y es un cambio para bien. Cada vez son más las voces de distintas visiones políticas (de derecha, de izquierda, etc.) las que se suman a un clamor que se ha elevado desde la experiencia individual. Es decir, parece que los salvadoreños, desde su particular forma de ver el mundo, están empezando a reflexionar sobre este tema. Se vuelve más usual encontrar a quienes abiertamente dicen estar a favor de por lo menos alguna de las causales de aborto, y eso, en un país como el nuestro, debe verse como positivo.
Si en el pasado los poderes fundamentalistas cristianos, de derecha política ortodoxa, mediáticos-cómplices, proponían con impunidad la idea falaz de que quienes defienden el derecho a abortar son un poco menos que el Diablo, que están contra la vida, que merecen la cárcel, el presente indica que las cosas ya no les son tan cómodas. El peso de los tiempos y el conocimiento de los testimonios desgarradores de las vivencias de mujeres que han sufrido una legislación cruel, indigna, mezquina, parecen haber presionado al punto tal que han empezado a romper un muro que parecía infranqueable: la cultura. La visión de mundo de un país tan conservador como el nuestro, sumido en la ignorancia y en la presión de los poderes hegemónicos, es la última frontera que debería atravesarse para poder soñar siquiera con el cambio hacia una sociedad más solidaria, humana, que se pregunte lo básico: ¿por qué esta ley mete presas a las mujeres pobres cuando lo único que ellas quieren es defender sus derechos?, ¿de dónde esta misoginia tan interiorizada y normalizada en la vida de los salvadoreños?
En tercer lugar, no obstante, parece que ese barullo de dudas, cuestionamientos, reflexiones sobre derechos, etc., poco puede hacer contra las ideas tan cortas de los políticos salvadoreños. La prohibición absoluta de cualquier tipo de aborto, aprobada para su escritura en sangre en el Código Penal de 1998, se dio con la complicidad de los diputados de aquel momento. Las voces de una parte de la Iglesia católica más cercana al poder político y económico, amplificadas por los medios de comunicación, fueron el justificante perfecto para que los diputados se atrevieran a aprobar una ley que nos hizo retroceder como país en materia de derechos fundamentales, ya que los marcos legales de épocas pretéritas eran incluso más progresistas que el esperpento contemporáneo. Ahora, en 2018, y a pesar del clamor de organizaciones internacionales, parece que las cosas no se mueven para enmendar esa decisión tan oscura de finales del siglo pasado.
El oportunismo; el cálculo ruin que solo piensa en votos; el sinsentido de la defensa a ultranza de una ley cuestionada por instancias nacionales e internacionales de derechos humanos; los despropósitos y sinsentidos de políticos que aplazan los debates serios y no ponen en relieve el respeto por la vida de las mujeres; la vulgaridad de la mayoría de diputados de derecha en el tema y las aguas tibias de políticos de izquierda y seudoizquierda, que prefieren no mojarse a pesar de que esto los haga traicionar el razonamiento más básico, son características constantes en quienes, a final de cuentas, tienen la última palabra.
¿Cómo puede pesar más el interés por el voto, el cálculo rupestre de simpatías en una sociedad conservadora que el respeto a la vida?
Con todo esto podríamos concluir que hay al menos un ápice de esperanza respecto del papel de la sociedad civil, de las organizaciones, de algunos generadores de opinión para cambiar el estado de las cosas. Pero lamentablemente, las decisiones se tomarán en un escenario que aún transita entre la mediocridad y la mezquindad. A esto hay que sumar aún el poder que desde el fundamentalismo cristiano puedan tener algunas organizaciones y personajes para influir en el tema. Su discurso, aunque anacrónico y vil, sigue teniendo peso en la construcción de verdad en la que viven los salvadoreños.
A escasos días para que finalice el período de los diputados de esta legislatura, El Salvador se enfrenta a un momento en que debe decidir entre mantenerse fuera de los límites de sociedades que respetan los derechos humanos, aislado por su podredumbre legal, machista, violenta, o dar un paso hacia adelante, transformándose de a poco, yendo hacia la reivindicación de la justicia. La mentira que plantea la encrucijada sobre los derechos del no nacido que escupen los mal llamados “sí a la vida” está totalmente en cuestión, desde la ciencia, desde la vigencia de la legalidad internacional, desde las percepciones que el mundo tiene en este preciso momento de nuestra barbarie. Hemos empezado a repensar el tema, a reflexionar con mayor profundidad, porque la ignorancia no puede vivir para siempre.
Publicado en ContraPunto